Sean O’Grady aborda sin complejos la “desglobalización” ... y la razón por la cual Gran Bretaña, la cuna del libre-cambismo y el neoliberalismo, “debe tener miedo” ... El neoproteccionismo con el que ha comenzado a amagar el Congreso de Estados Unidos ... tiene sin dormir al primer británico Gordon Brown, quien acaba de ... admitir que su país está por penetrar el infierno de la “depresión” económica ... “Gran Bretaña tiene más que perder que la mayoría con el renacimiento del proteccionismo y la desintegración (¡súper sic!) de la economía mundial”. ... “una de las economías tradicionalmente (sic) más abiertas al exterior, un poder que construyó el mayor imperio que el mundo haya jamás visto, fincado en su comercio internacional” ... El libre mercado para Gran Bretaña es una necesidad aeróbica y ontológicamente geopolítica por la que se ha consagrado durante más de tres siglos a librar guerras globales con el fin de imponer su modelo parasitario al resto del mundo ... Sin el parapeto del neoliberalismo global, Gran Bretaña está punto de ser un país menos relevante y de perder su oxigenación financiera que consiguió a costa de la explotación de los países ... (y) al precio de guerras depredadoras ... la “historia mercader (sic)” de Gran Bretaña la “dejó con una dependencia todavía importante en las exportaciones para su supervivencia (¡súper sic!) nacional económica”. Es elementalmente entendible que sus ideólogos, desde Adam Smith hasta el thatcherismo, aboguen fanáticamente por el “libre (sic) mercado” ... ¿Qué advendrá de los flujos de capitales que solían refugiarse en Londres, ahora que su banca especulativa se encuentra postrada en la insolvencia? ¿Quién sustituirá sus servicios financieros, sus seguros y sus consultorías que se habían convertido en una adicción inescapable para los pobres de espíritu, quienes sucumbieron a la intoxicación de la desregulada globalización financiera? ... Hasta hoy se pudo enterrar a Adam Smith, Margaret Thatcher, Fredrich Hayek (con su
clón trasatlántico: Milton Friedman y sus Chicago Boys) y Tony Blair (con su alucinación efímera de la
tercera vía). Lo más trágico es que en ese lapso nadie había conseguido asesinarlos: se suicidaron.